sábado, 16 de diciembre de 2017

Hay canciones que se hacen himnos.

Hay canciones que se hacen himnos. 

La primera vez que escuché Milonga del moro judío de Jorge Drexler me identifiqué muy rápido con las imágenes que construye en torno al conflicto palestino-israelí.  

Drexlerianemente hablando, se reduce a un asunto de disfraces, piedras, suelos y telas tristes que han dejado mil vidas malgastadas.  Drexler es capaz de escribir y cantar desde la complejidad desde donde construye su identidad: su padre es judío, su madre, cristiana.  Lo que podría resultar en una pérdida desde una mirada tribal endogámica, Drexler lo revierte: se interpreta así mismo enriquecido por la musicalidad de su identidad contrastada con la realidad que habita.

Hace unos días encontré esta cápsula de Ted donde Drexler habla y canta de la historia de la milonga, del moro judío y de Jorge Drexler.  La fuerza que guarda esta canción se potencia en sus orígenes, tan distantes y presentes que convierten a la Milonga del moro judío en un himno a lo exiliante: la canción de Drexler es producto del contrabando musical.  Sí, como el contrabando de las palabras que viven en el exilio sin ser exiliadas.  Milonga es tan sólo un nombre que identifica el ritmo que confluye en el son jarocho, el klezmer, el tango y que viaja por Persia, África, Nueva York. 

Lo que entiendo como “devenir identitario” en el proceso de construcción de una subjetividad, Drexler lo aterriza en la densidad de lo inacabable: Las décimas, la milonga, las canciones, las personas: cuánto más uno se acerca a ellas más compleja es su identidad, más llena de matices, de detalles. Entendí que la identidad es infinitamente densa, como una serie infinita de números reales, que, aunque uno se acerque mucho y la amplíe, no se acaba nunca.

Comparto esta densa y fascinante cápsula donde el canta-autor uruguayo regala una cátedra sobre música, la milonga y nuestros lazos.  


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