miércoles, 25 de octubre de 2017

Presentación del libro "Tejidos culturales. Las mujeres judías en México".

PRESENTACIÓN DEL LIBRO
TEJIDOS CULTURALES.
LAS MUJERES JUDÍAS EN MÉXICO
(GURVICH, HAMUI, HANONO, COORDINADORAS)
22 DE OCTUBRE DE 2017
JOSÉ HAMRA SASSÓN

Pienso en tejedoras.  La primera, Penélope, quien desteje durante la noche el sudario (para su suegro) que teje durante el día.  De esa forma, activa, y a la vez inerte, evita a los pretendientes que la acosan.  Inmóvil, Penélope hace como que hace.  Pero no hace.  Simplemente se mantiene ahí, a la espera de Odiseo, su marido, que tardará en regresar de la Guerra de Troya.  La figura de Penélope representa a la mujer que se paraliza ante sus ilusiones, que no participa de la vida pública y se encuentra, tras bambalinas, cubierta, a la expectativa de un hombre al que se debe y espera.
Abro un paréntesis coyuntural: mientras escribía y repasaba este primer párrafo, se me atravesó en el proceso la columna de opinión que Soledad Loaeza publica cada semana en La Jornada.  La del jueves pasado (19 de octubre) se titula “La voz pública de las mujeres” y en ella también recupera la figura mítica de Penélope para señalar, haciendo referencia a Mary Beard, sobre “la dificultad que todavía tiene el mundo y nuestro siglo para soportar que las mujeres intervengamos en la vida pública.  Se nos acepta, pero se nos descalifica con argumentos morales o estéticos, rara vez se nos escucha”.
Lo traigo a colación ya que, cuando empecé la lectura de Tejidos culturales. Las mujeres judías en México, lo celebré por confrontar ese obstáculo que aún rige en prácticamente todas las sociedades de todos los países de todos los rincones del mundo.  Es un libro que tiene como objetivo cuestionar y romper paradigmas con los que se suele abordar el estudio del establecimiento, la conformación y el desarrollo de la comunidad judía de México.  Contribuye y amplía su entendimiento como fenómeno sociopolítico.  Como buen abordaje crítico, incomoda a la historia y las versiones oficiales porque da cuenta de las miradas, puntos de vista y experiencias de las mujeres judías mexicanas.  El objetivo del libro es claro y asertivo: visibilizar y dar parte de las tensiones que implica el devenir sujeto de las mujeres judías mexicanas en un entorno patriarcal y machista, como lo siguen siendo amplios sectores de nuestro México y de la vida institucional judía.  Los diez capítulos del libro cumplen, cada uno con sus matices y diversidad de abordajes, con este cometido.  De ahí su valor al hacerse públicos, ya que permiten complejizar el análisis y estudio de la comunidad judía de México.  Así como lo celebro, me resulta lamentable, como escriben sus coordinadoras, que este libro sea el primero en la materia con una perspectiva de género.  Resulta extraño y ojalá produzca molestia por “intervenir en la vida pública”.  Esta simple razón es suficiente para leerlo.
Cierro el paréntesis y pienso en otra tejedora.  La artista Louise Bourgeois que, entre otras cosas, representó a su madre, una mujer trabajadora encargada del taller de restauración de tapices de su familia, como a una protectora y afanosa araña.  Bourgeois trabajó con telas, hilos y tejidos como una forma de “seguir sintiendo cerca a su madre”: “reunió todos los tejidos de su vida [...] Y después dedicó su vida a recomponerlo todo de nuevo [...] Tejer era su manera de sanar.”[1]  Tejidos culturales es una oportunidad de comenzar a sanar, a hacer evidente un sistema cuyos fundamentos invisibilizan a las mujeres.  A sanar haciendo.  A diferencia de Penélope, Tejidos culturales, no espera la validación del hombre como un otro.  Como texto, el tejido es culminado, publicado y abre pauta para más.
Mientras leo, averiguo cómo se sostiene en sí mismo un tejido.  En principio, requiere de una urdimbre, un conjunto de hilos en paralelo que cruza a lo largo del telar y por donde pasa la trama del tejido.  La urdimbre, en este caso, es la serie de tensiones que se desvelan a lo largo de los textos del libro.  Tensiones que dejan a su vez una serie de hebras que permiten atar cabos en la recurrencia con la que se reiteran y se complementan entre sí. 
Estas tensiones son producto de una serie de contradicciones y paradojas interconectadas que se dan en lo que llamaría “una transición perenne de los ámbitos conservadores de la sociedad mexicana y el judaísmo tradicional a los de una vida moderna que supondría un orden de ejercicio de libertades”.  Esta transición perenne que habitamos implica algunas veces un rompimiento con el viejo orden, y en otras, pasos más sutiles que dejan al descubierto ambigüedades y paradojas que se revelan en la experiencia individual.
La visibilización de las mujeres judías de México da origen a estas tensiones.  Menciono algunas de las que logré identificar.  En primer lugar, obviamente tensiones en torno a la dinámica binaria de género hombre – mujer, donde una mitad de la sociedad acapara privilegios e impone sobre la otra mitad reglas, códigos de conducta, formas de ser, límites y aspiraciones.  Presenta un dilema entre someterse a los roles tradicionales o emanciparse y asumirse activamente como sujeto para dedicarse a estudiar, trabajar, investigar, emprender, implementar políticas públicas, elegir una maternidad y tomar decisiones sobre sus personas, cuerpos y deseos. 
Otra serie de tensiones se da en el orden de la pertenencia o no a la vida comunitaria institucionalizada y sus dinámicas sociales, que no implica de ninguna forma renunciar a su identidad judía.  Hasta dónde es permisible realizar actividades “no apropiadas” de acuerdo al canon social del deber ser, romper paradigmas, asumir roles no tradicionales, trabajar en ámbitos públicos o privados de la sociedad mexicana, interactuar con hombres y mujeres no judíos.  Son tensiones que se traducen en la forma de relacionarse como mexicanas y judías con la sociedad “mayor”.  Esta urdimbre cuestiona hasta dónde abrir las puertas del gueto simbólico y cruzar sus murallas.  En este contexto encontramos tensiones por el grado de religiosidad que se manifiestan entre la práctica ortodoxa que estructuralmente disminuye a la mujer y una vida cotidiana secular que le abre la posibilidad de adquirir y ejercer ciudadanía.  Así mismo, los encuentros con las otredades generan tensiones que pueden romper la trama del tejido o reforzarlo.  Crear diferentes texturas entre rechazar a lo otro o aceptar sus diferencias y abonar en la pluralidad.
Una tercera línea de tensión se establece en la dimensión de las identidades complejas.  Por un lado, las que ofrecen las identidades étnicas marcadas por los lugares de origen: particularmente las de mujeres judías europeas frente a mujeres judías árabes. Las identidades árabe, askenazí y sefaradí entran en juego y en disyuntiva, reproduciendo las dinámicas de la invisibilización.  Por ejemplo, la lengua árabe reprimida “por ser la lengua del enemigo”, lo árabe reprimido por el prejuicio del retraso.  Así mismo, aparecen tensiones entre la mexicaneidad y la judeidad como parte de las paradojas que resultan del acto de definición identitaria.  Elegir qué se es o serlo todo a la vez: mujer, judía, mexicana, escritora, madre, hija.  La construcción de una subjetividad se experimenta en momentos como contradicciones aparentes, que no son otra cosa que paradojas en el devenir identitario de cualquier persona que se cuestiona qué soy y qué más podría ser.  De la misma forma se encuentran tensiones en el ámbito de la orientación sexual, donde el esquema patriarcal se llega a replicar entre hombres y mujeres gay.
De esta forma, el libro coordinado por Natalia Gurvich Peretzman, Liz Hamui Sutton y Linda Hanono Askenazi es producto de lo que divulga: visibilizar a la mujer judía mexicana en el hacer, superando así el dilema de Penélope.  En este sentido, la lectura que hago del libro me permite identificar, en su diversidad de texturas, escrituras, enfoques y miradas, una trama de desplazamiento que resulta de sus Tejidos culturales.
En un primer segmento, los capítulos a cargo de Gurvich y Hamui abordan las migraciones judías a México abriendo vetas ocultas por el registro de la historia oficial.  ¿Quiénes son y cómo llegaron las mujeres judías a México? ¿Qué pensaban, qué hacían, que querían?  ¿A qué se resignaban?  Se presenta así un análisis histórico y social que rescata las voces de mujeres judías que llegaron a México.  Con sus matices, ambos capítulos dan cuenta de un sistema patriarcal judío que se ve fortalecido por el machismo mexicano.  Las mujeres que logran transitar entre el viejo y nuevo mundo logran la cohesión de sus familias en la adaptación a la nueva realidad reproduciendo los espacios hogareños y culinarios de sus lugares de origen.   
Una segunda traza se entreteje con dos textos que analizan la literatura judía mexicana.  El capítulo de Tamara Gleason Freidberg, William Gertz Runyan y Arturo Kerbel-Shein es un análisis de obras escritas en idish por hombres judíos askenazíes.  Lo que encontramos es una mirada moralizante y patronal de hombres judíos escritores donde “la mujer judía es prácticamente invisible” (p. 113).   En el orden binario tradicional que expone esta literatura, la mujer es desvalorizada al ser objetivizada y calificada como superficial y pasiva, relegada a labores del hogar.  Por supuesto, en estas elaboraciones masculinas aparece el personaje de la mujer transgresora que se atreve a cuestionar y romper con el orden social patriarcal.  En contrapunto, el capítulo a cargo de Herlinda Dabbah Mustri es un amplio análisis a la literatura escrita por mujeres judías mexicanas.  “En el mundo de la mujer encontramos visiones que son diferentes de aquellas soñadas y diseñadas por los hombres” (p. 190).  A través de la escritura, quien se enuncia, quien dice yo, desde una perspectiva lingüística, se autoafirma como sujeto, como individuo.  Desde la obra literaria de las mujeres judías mexicanas se atisban varias de las tensiones antes referidas y ponen en cuestión a las ataduras patriarcales.  Es una literatura que habla del exilio, la nostalgia, la re-construcción de la memoria y el pasado (de otros), que habla de lengua, identidad, así como de la relación con el judaísmo religioso y el machismo mexicano, de la inequidad de género en las prácticas y la vida comunitaria.
Un tercer segmento, que ofrece una serie de interesantes paradojas, lo conforman los capítulos de Hanono y Ana Lau Jaiven y Roxana Rodríguez.  El trazado expone actividades estratégicas y de alto impacto social y económico de mujeres dentro y fuera del marco comunitario.  Por una parte, se da cuenta de las experiencias, casos de éxito y obstáculos a los que se enfrentan las mujeres que decidieron emprender en las áreas educativas, empresariales y profesionales, aunque en muchas ocasiones acabaron reproduciendo el orden patriarcal como forma de inclusión.  Aun así, lograron transformar las relaciones de poder en el hogar al generar sus propios ingresos.  Paradójicamente, algunos de los casos expuestos participan en el modelo económico que es uno de los factores que contribuyen a la inequidad de género: se insertan en la lógica del consumo que objetiviza a las mujeres y sus cuerpos.  A final de cuentas, intervienen en un sistema económico que tiende a invisibilizar a mujeres (y hombres) y que no valora el trabajo no remunerado.  Por otro lado, en el ámbito comunitario, la creación de las “secciones femeninas” – en las instancias de liderazgo –  apartan a las mujeres de las estructuras de poder patriarcal.  No se integran, sino que son relegadas a los ámbitos tradicionales del “hogar comunitario” y el servicio social.  A pesar de ello, las mujeres que activaron durante el siglo pasado actuaron contra la trata de blancas en los años 20 y contribuyeron al apoyo de los aliados durante la Segunda Guerra Mundial.  Sin duda, un trabajo efectivo que tuvo impacto social pero que no contó con reconocimiento “político”.[2]
Finalmente, Tejidos culturales remata con un desenlace que permite aterrizar de forma vibrante e íntima, y a la vez pública, los abordajes analíticos de la trama expuesta.  El libro reúne los testimonios de cuatro mujeres: Rinna Riesenfeld, Ruth Gall (de la mano de su hija Olivia), Clara Jusidman y Esther Cimet.  Estos textos comparten sus experiencias como agentes de cambio social, con incidencias en sus áreas de trabajo, investigación, activismo y reflexión.  Dan cuenta de su confrontación con el sistema patriarcal, pero también de su lugar como pioneras en sus ramos profesionales y de activistas.  Esto implica apropiarse de su propia subjetividad desde su condición como mexicanas, judías y, en primer orden, como mujeres ante un avasallador orden masculino.  Los cuatro testimonios son el remate necesario ya que transgreden los paradigmas tradicionales en los hechos, a través de la enunciación del ego, del yo-sujeto, al hacer, crear y establecer.  En el fondo logran incidir en el sistema de privilegios.  Es decir, la visibilización no es suficiente cuando se ocupan espacios tradicionales en dinámicas patriarcales.  La ruptura y el cambio de paradigma requiere de una acción – de hombres y mujeres – que acepte la necesidad de abrir el sistema para hacer más accesibles los privilegios a más sectores de la sociedad.
El libro que hoy celebramos es también una manifestación de urgencia, en un país como el nuestro dónde los índices de violencia contra la mujer son alarmantes: desde la agresión verbal y el acoso callejero hasta las agresiones sexuales y los feminicidios.  Por eso es urgente visibilizar el devenir sujeto de la mujer en una sociedad tradicionalmente machista y dentro de una tradición judía patriarcal: ambos alimentan el ejercicio de violencias de los hombres contra las mujeres.  Es un libro que atiende la urgencia porque la visibilización que se asume desde el yo es necesaria para abrir las estructuras de poder en todos sus sentidos.  Requiere venir acompañada de un replanteamiento en el ejercicio de los privilegios y en un señalamiento y acción para poner un alto a quien ejerce las distintas violencias contra las mujeres.  Más aún, Tejidos culturales. Las mujeres judías en México  invita a la reflexión para abordar, en el ámbito de los hombres judíos de México, el estudio de una nueva masculinidad emergente que también logre liberarse de las jerarquías hetero-patriarcales.  Éste sería tema, algún día, para otro espacio y otro telar.







[1] Ver “Nana de tela, de Amy Novesky” de  https://www.librosyliteratura.es/nana-de-tela-de-amy-novesky.html  y “Tejer la memoria. Una aproximación a Louise Bourgeois” de Zita Arenillas en http://www.ahorasemanal.es/tejer-la-memoria-una-aproximacion-a-louise-bourgeois.
[2] Me llama la atención una nota a pie de página en el capítulo de Lau y Rodríguez: “En la fotografía de la fundación del CCI [Comité Central Israelita] se encuentran cuatro mujeres, sin embargo, no se asientan sus nombres.  Muy probablemente se trata de las esposas de los hombres [21, identificados todos] de la reunión” (nota 29, p. 251).  Es una buena hebra para analizar las fotografías de las instancias comunitarias actuales, donde la imagen de ese patrón se mantiene prácticamente fija.  Salvo algunas excepciones, los gabinetes de los gobiernos en el mundo reflejan la misma integración heteropatriarcal.  Al respecto, habría que rescatar a Mary Bread, quien señala que “si no se percibe que las mujeres se encuentran dentro de las estructuras de poder, ¿no es el poder lo que necesitamos redefinir?”

2 comentarios:

Unknown dijo...

Hermoso y conmovedor escrito!

José Hamra Sassón dijo...

¡Muchas gracias, Margot!