Hay canciones que se hacen himnos.
La primera vez que escuché Milonga del moro judío de Jorge Drexler me identifiqué muy rápido
con las imágenes que construye en torno al conflicto palestino-israelí.
Drexlerianemente
hablando, se reduce a un asunto de disfraces, piedras, suelos y telas tristes que han dejado mil vidas malgastadas. Drexler es capaz de escribir y cantar desde la
complejidad desde donde construye su identidad: su padre es judío, su madre,
cristiana. Lo que podría resultar en una
pérdida desde una mirada tribal endogámica,
Drexler lo revierte: se interpreta así mismo enriquecido por la musicalidad de su identidad contrastada
con la realidad que habita.
Hace unos días encontré esta cápsula de Ted donde Drexler habla y canta de la historia de la milonga, del moro
judío y de Jorge Drexler. La fuerza que
guarda esta canción se potencia en sus orígenes, tan distantes y presentes que convierten
a la Milonga del moro judío en un
himno a lo exiliante: la canción de
Drexler es producto del contrabando musical.
Sí, como el contrabando de las palabras que viven en el exilio sin ser
exiliadas. Milonga es tan sólo un nombre que identifica el ritmo que confluye en
el son jarocho, el klezmer, el tango y que viaja por Persia, África, Nueva
York.
Lo que entiendo como “devenir identitario” en el proceso de
construcción de una subjetividad, Drexler lo aterriza en la densidad de lo inacabable:
Las décimas, la milonga, las canciones,
las personas: cuánto más uno se acerca a ellas más compleja es su identidad,
más llena de matices, de detalles. Entendí que la identidad es infinitamente
densa, como una serie infinita de números reales, que, aunque uno se acerque
mucho y la amplíe, no se acaba nunca.
Comparto esta densa y fascinante cápsula donde el
canta-autor uruguayo regala una cátedra sobre música, la milonga y nuestros
lazos.