Identidad y fútbol:
Algunas ideas para no quedar
fuera de lugar en el México – Israel.
Por José
Hamra Sassón
Este miércoles 28 de mayo se unen dos de mis
pasiones: el fútbol y la complejidad identitaria del Medio Oriente…
I.
Lo que suceda en el estadio Azteca servirá de
termómetro identitario, del (des)conocimiento del otro y de experimentar en el
amplificador de la masa el ambiente de discriminación en México. Aunque se trate solamente de fútbol. Lo decía Valdano: “El fútbol es lo más
importante entre las cosas menos importantes”. Pero con el partido México - Israel, el fútbol
adquiere otro matiz.
II.
Confusiones de las complejidades
identitarias. La selección mexicana se
enfrenta a la israelí. En principio, es
muy probable que se confundan los conceptos israelí y judío. El primero implica una ciudadanía, la segunda
una adscripción religiosa, pero con carácter nacional, étnico, cultural y/o
histórico. Depende cómo se defina una
persona que se identifique a sí misma como judía. Es como en el viejo chiste: donde hay cuatro
judíos discutiendo, hay cinco opiniones diferentes. No, no existe la raza judía. Tampoco la raza semita (concepto que define
una familia de lenguas).
La cuestión identitaria
la podemos llevar a extremos como este: toparse con un judío israelí, ateo y
antisionista. La identidad es un asunto
sumamente flexible, no ajeno a todo tipo de fricciones. Regresemos al fut: la selección mexicana de
fútbol se enfrentará a la israelí. No a
la israelita (sinónimo de judío) ni a la hebrea ni a la judía. No todos los israelíes son judíos ni todos
los judíos son israelíes. Hay
seleccionados israelíes que son árabes o circasianos. Al menos 25% de la población de Israel no es judía,
es musulmana, cristiana o de alguna otra denominación religiosa. De hecho, hay ciudadanos de Israel que se
definen como palestinos musulmanes ciudadanos de Israel. Insisto, la construcción identitaria puede
ser sumamente flexible y con la posibilidad de complejizarse permanentente. Complejizar la identidad implica un constante
enriquecimiento. Las fricciones no son
necesariamente producto de la flexibilización, sino del miedo a el otro. Al final de cuentas, todos resultamos ser el otro para el resto que nos rodea, es decir, para todos los demás. Todos somos el otro.
Lo contrario a las
identidades flexibles o complejas son las identidades asesinas. A finales del siglo pasado, Amin Maalouf las definió
como aquellas que reducen “la identidad a la pertenencia a una sola cosa,
instala a los hombres en una actitud parcial, sectaria, intolerante,
dominadora, a veces suicida, y los transforma a menudo en gentes que matan o en
partidarios de los que lo hacen”.
Maalouf no se refería a ninguna adscripción identitaria en particular,
sino a los intentos y políticas para rigidizar las concepciones identitarias,
para crear de ellas monolitos. Es decir,
obligar a un individuo a elegir una de sus identidades y desechar las otras. Sólo hay de dos sopas: estás conmigo o en mi
contra. Todos somos el otro, pero
hay unos más el otro que otros.
III.
Regreso al fut, de nuevo: Es probable que haya algún
narrador, conductor, comentarista, analista o merolico deportivo que se
referirá a los seleccionados israelíes como israelitas, que nos son
sinónimos. Israelí es el ciudadano de
Israel, israelita un sinónimo de judío.
La selección de Israel cuenta con una mayoría de jugadores judíos, pero
también tiene seleccionados que no son judíos, sino árabes no-judíos. Sí, también hay árabes judíos. No necesariamente se es uno u otro. Se puede hablar árabe, comer árabe, cantar y
bailar árabe y ser judío. Un individuo
con identidad compleja puede tener una identidad fronteriza. También un concepto de Maalouf, quienes tienen
identidades fronterizas “llevan en su interior pertenencias
contradictorias, que viven en la frontera entre dos comunidades que se
enfrentan, seres humanos por los que de algún modo pasan las líneas de fractura
étnicas, religiosas o de otro tipo”.
Existen individuos capaces de ser dos o más “cosas”, estar en paz consigo
mismo y convertirse en puentes de entendimiento.
Justamente, el fútbol
permite vivir la condición fronteriza en latitudes insospechadas: esta
vez es el partido México-Israel que puede convertir en fronterizos a algunos judíos
mexicanos o mexicanos judíos (aunque no necesariamente la condición judía está
ligada a la identificación con Israel). ¿Cuántos individuos se sentirán fronterizos en
un eventual México – Croacia? Quién
sabe, pero si existiera al menos uno, y que le guste el fútbol, me gustaría
saber cómo lo vive.
IV.
El fútbol es un negocio exitoso gracias a las
fibras identitarias que toca y las pasiones que, por ende, despierta. En México, y quizá en otros países, se ha
favorecido al resultado económico sobre el deportivo. Los aficionados entramos en el juego de las
empresas y participamos como el lubricante que les permite hacer dinero a costa
de una liga aburrida, para no decir patética.
Los que somos parte de la fanaticada somos también responsables por la amargura
con la que muchas veces el balón recorre la cancha. Pasa a nivel de clubes y con los distintos
representativos nacionales. Juan
Villoro lo define claramente: “La verdadera alineación del Tri está hecha
de cervezas, refrescos y galletas. Mientras nadie toque a esos protagonistas,
los que sudan en la cancha serán prescindibles.”
Me gusta el fútbol,
pero lo que han hecho sus dueños con la selección a la que llamamos “nuestra”
da vergüenza. Parte central del negocio
es inflarla mediáticamente, así se eleva el rating y se venden más chelas, chescos
y lletas. Pero inflarla implica
levantar un sentido de soberbia que ayuda a cegar lo poco que queda de memoria
futbolística y que las emociones esperanzadoras no lograron cegar. El ciclo de preparación y clasificación a
Brasil 2014 fue penoso: con un manoseo grosero de técnicos, sin “idea futbolística”
clara, a unas semanas de jugar contra Camerún ya olvidamos que pasamos de
milagro a través de un penoso repechaje contra Nueva Zelandia. La soberbia de creernos los gigantes de la
CONCACAF hace aún más corta la memoria.
La prensa construye castillos en el aire y nos pone más allá del quinto
partido, jugando la final, ilusionándonos.
Con el nivel de fútbol que ha mostrado el equipo de “El Piojo”, dudo
mucho que pasemos de la ronda de grupos. Simplemente no me quiero ilusionar a priori
para que la desilusión sea mínima. Esa
es una de las ventajas emocionales que se adquieren a punta de patadas por irle
al Cruz Azul.
V.
Oficialmente México dejó de ser hace unas décadas
un país mestizo, el de la raza de bronce, priísta y guadalupano. La irrupción del movimiento zapatista en 1994
nos expuso a una pluralidad que intentó ser ocultada por el discurso de
diferentes regímenes, pasando por el de Juárez y, por supuesto, el posrevolucionario. La pluralidad de los mexicanos no sólo se
encuentra en la dimensión étnica, religiosa o política. Tenemos la fortuna de disfrutar una de las tres
experiencias culinarias más diversas del orbe: los tacos no son lo único.
¿Qué tiene que ver esto
con el fútbol? Que si bien existe un
discurso que alaba la pluralidad, siguen existiendo minorías que llegan a ser
señaladas despectivamente. Afloran los
matices asesinos de la identidad. En los
estadios de fútbol la masa anónima, el calor del juego, el desmadre y la
estupidez humana se conjuntan para agredir a el otro, presente o no. Aquí y en muchos países. Ejemplos en México:
el estadio le grita “¡puto!” al portero del equipo visitante cada vez que
despeja el balón. Un grito que denota el
discurso homofóbico que campea en la sociedad mexicana. (Como dato curioso, Tel Aviv es considerada
una de las ciudades más gay-friendly del mundo). También se han registrado en los estadios
mexicanos burlas a los jugadores “de color” o gritos de “pinche negro” (he sido
triste testigo).
Para el juego de México
– Israel espero que no se den gritos discriminatorios contra los
seleccionados del equipo israelí. Ni que
como pretexto del partido surjan otra vez hashtags antisemitas en
Twitter. Lo vimos hace unos días en la
final de la Eurocopa de Básquetbol.
Macabi Tel Aviv ganó al Real Madrid jugando en España. Aficionados del club derrotado escribieron
18,000 tuits ofensivos bajo el hashtag #putosjudios. En su desconocimiento, ni enterados que de
los 14 jugadores del Macabi Tel Aviv, siete son israelíes, cuatro
estadounidenses, uno australiano, otro croata y uno más griego. Del equipo inicial, sólo participan dos
israelíes. Pero el hashtag, como
todos los que hay con sentido discrminatorio, simplifica, reduce y señala. Una oportunidad para develar que los odios y
el sentido asesino de las identidades siguen vigentes a pesar de los pesares y
de los cada vez más huecos “nunca jamás”.
Un estadio de fútbol no
es muy diferente. El anonimato lo otorga
la masa. Lo hemos visto en los estadios
de todo el mundo. Desde el “muerte a los
árabes” de los fanáticos del Beitar Yerushalaim, hasta los saludos de
figuración antisemita como la quenelle, de Nicolas Anelka. El fútbol europeo es sumamente sensible a
expresiones discriminatorias que recuperan saludos o gritos nazis. Un caso reciente es el del croata Josips
Simunic que no jugará el mundial de Brasil por arengar al estadio con un
grito nazi. Otro, el de la joven promesa
griega Giorgios Katidis
que fue suspendido de por vida del fútbol por celebrar un gol con el saludo nazi. Suenan bien las suspensiones, pero
ante el avance de las ultra-derechas en las últimas elecciones europeas, hay mucho
por hacer para que esa sensibilidad recupere la memoria.
Epílogo identitario 1:
En este juego entre fútbol e identidades, los que
asistiremos al Azteca seremos testigos del homenaje de despedida a Cuauhtémoc,
al que también se le queman los pies, pero por patear el balón enfundando por
última vez la casaca mexicana. Blanco o
no, inshallah y a Tláloc no se le ocurra azotarnos con una
tormenta. Amén.
Epílogo identitario 2:
También imploro porque el árbitro no sea
argentino. Ya sería demasiado mucho
exponer la complejidad identitaria para un juego de fútbol.
Deseo futbolero 1:
Que gane la selección de México, por la que
siempre he celebrado sus triunfos, lamentado sus derrotas y mentado los puercos
manejos de sus dueños y dirigentes.
Deseo futbolero 2:
Que no me llueva agua de riñón.
Confesión tuitera:
Estoy en @jhamra y éste es mi perfil: “Exiliante.
Si la ID fuera un Mundial, mi grupo de la vida: México/Israel/Argentina/Siria.
Cruzazulino y taquero.”
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