"…que hace eternas las almas de los niños
que destrozarán las bombas y el napalm..."
(S. Rodríguez)
Hace unas semanas, antes del puente del 16 de septiembre, la escuela de mi hijo envió a los papás la siguiente sugerencia por correo electrónico (es decir, una reminiscencia de las “circulares” de antaño, que curiosamente eran rectangulares tamaño carta):
Hola a todos:
Con motivo del brote de piojos que hubo entre los niños, se les pide que aprovechen estos días de descanso para dar tratamiento preventivo a sus hijos, para así poder erradicar el problema.
Se sugiere usar algún shampoo antipiojos o aplicar vinagre blanco/manzana en el cabello durante 30 minutos envolviendo el cabello con una gorra, después enjuagar, durante tres días. Adicionalmente usar aceite de romero como si fuera gel hasta que avisemos que se erradicó el problema.
Gracias por su apoyo y comprensión.
A primera vista, el mensaje no tiene nada de especial, necesitamos prevenir que nuestros hijos sean víctimas de un nuevo brote de piojos. Sin embargo, es una muestra de cómo cambian los tiempos. Ser niño y que te “salgan” piojos no es anormal. Si bien recuerdo, pasé por esa penuria en dos ocasiones. La forma en que mis padres combatieron al enemigo es contrastante con el modo en que nos toca lidiar el asunto con mis hijos. De hecho, va de la mano con la geopolítica del momento.
Cuando sufrí mi primer ataque de piojos, no había mantenimiento preventivo, se trataba de corregir, y de inmediato. En esos años, estamos hablando del desenlace de la Guerra de Vietnam, el uso de armas químicas fue un método aceptable por las fuerzas estadounidenses para parar la amenaza comunista. Era el cenit de
La táctica utilizada fue fulminante y precisa. Una vez que los piojos (es decir, la plaga comunista) se adueño de mi cándida cabecita, las fuerzas del bien prepararon el arsenal químico. No había otra forma de hacerlo, ya que los parásitos se escondían en mi selva capilar y atacaban ponzoñosamente a la primera distracción. La noche del “D-Day”, minutos antes de enviarme a dormir, mis padres rociaron “flit” en una toalla (en cantidades considerables) con una de esas bombas de relleno que ya no se encuentran tan fácilmente en el mercado. Una vez listo, el campo de batalla (mi cholla) fue cubierto con ese manto napalmesco. Además, fue reforzado con una bolsa de super, que haría las veces de una segunda columna lista para acabar con cualquier osado que intentara escapar de ese infierno. Y de ahí a
A la mañana siguiente la aldea gaseada fue “peinada” minuciosamente con ese peinecito metálico de pequeñas púas bien apretaditas para limpiar los cadáveres de piojos comunistas y sus asquerosas liendres. A diferencia de los marines estadounidenses, mis padres fueron eficaces y ganaron la batalla final contra la irrupción en mi testa. Los efectos neuronales por el método aplicado no los puedo medir, pero 35 años después sé que al menos no perdí la capacidad motriz para teclear algunas palabras.
Ahora, tras el fin de la URSS y sus satélites, los rojos dejaron de ser
Para empezar, combatir al enemigo con químicos dejó de ser políticamente correcto, además de que se ha comprobado su alta toxicidad para los niños. Los nuevos tiempos y sus modas dictan que lo orgánico y natural es lo aceptable para controlar el brote de phthiraptera, esos pequeños insectos neópteros a los que llamamos piojos y que tienen la mala fortuna de dedicarse a la vida parasitaria para sobrevivir. Succionan sangre de la cabeza de nuestros hijos no por malintencionados. Es simplemente su forma de alimentarse y de asegurar un lugar feliz para sus crías.
Así que, apenados por disturbar su futuro hábitat, usamos los elementos que la madre tierra nos regala. Dosis benignas de vinagre de manzana y aceite de romero aplicadas durante tres días generarán un ambiente seguro en la cabeza de nuestros hijos. Así podremos prevenir que estos pequeños seres se hospeden en ella. Además, con esta técnica, aportaremos nuestro granito de arena para hacer frente al calentamiento global sin temer por efectos secundarios en nuestros hijos debido al tratamiento. Al Gore, sin duda, estará orgulloso de nuestra conducta.
3 comentarios:
Si bien yo no pasé esa desaveniencia de tener inquilinos en mi cabeza más allá de mis propios monstruos, lo que sí me parece extraño es que hoy día nos parezca "normal" y cotidiano mandar un mensaje de estos en un colegio. Sé que hay una epidemia de piojos, pero no veo dónde hay una institución de salud que atienda el problema (aunque seguramente hay muchos otros problemas más apremiantes que tampoco se solucionan). En fin, como bien dices, haremos lo políticamente correcto, siguiendo las huellas de la conservación... en eso SÍ que ha cambiado nuestra perspectiva de las cosas. Un fuerte abrazo y que todo salga bien con los chicos y sus cabezas.
Considerando que los piojos son un mal mundial que afecta a cabezas de todos colores, texturas y tamaños... y entre más peludas, más pior se pone el panorama...
deseo fervientemente que este sea el pior mal que nos afecte este año...
Shana Tova!!!
Sandra
Cuando leí lo de Gore, creí que la matanza de los piojos iba a ser descarnada, cruel y llena de sangre como en las películas "Gore" o más allá, las de cine "snuff". Después ya entendí que hablabas de este curioso personaje, que como el Ave Fénix, renació de las cenizas, y tras de estar calladito y quieto en base como besibolista mientras tuvo un cargo oficial, por el que gozaba de seguramente muy buen sueldo, ayudó a dirigir la nación más ostentosamente agresiva contra el equilibrio ecológico de nuestro planeta, y de pronto un día maneció ecológico y conciente. Yo solo espero que lo único que quede en la cabeza de nuestros hijos de su paso por estos tiempos extraños y escabrosos, sea el recuerdo de la comezón de unos molestos piojitos.
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