sábado, 23 de febrero de 2008

Por qué y un ejemplo.

Así me dice Vanesa. Que soy un "Ocioso de Pensamiento". Algo de razón tendrá. ¿Qué otra cosa se puede hacer cuando se hace (aparentemente) nada? Dice Theodor Adorno:

La fuerza del pensamiento, del que no nada en su propia corriente, consiste en resistir lo previamente pensado. El pensamiento fuerte exige valentía cívica. Todo pensador está obligado a correr ese riesgo; no le es permitido cambiar ni comprar nada que él no haya examinado; tal es el núcleo empírico de la doctrina de la autonomía. Sin riesgo, sin la posibilidad presente del error, ninguna verdad es objetiva. La estupidez del pensamiento se forma casi siempre allí donde es sofocada aquella valentía, que es inmanente al pensamiento y que este suscita sin cesar. La estupidez no es algo privativo, no es la simple ausencia de la fuerza de pensamiento, sino la cicatriz que deja la amputación de este. [...] El pensar recae en el trabajo sobre una cosa y sobre formulaciones; estas procuran su elemento pasivo. Dicho en forma extrema: Yo no pienso, y eso es también pensar. ("Observaciones sobre el pensamiento filosófico", en Consignas, Amorrurtu, 1973, pp. 9 - 17).

Pensar, pues, es resistir. Coincido con la idea que sostiene que las sociedades contemporáneas tienden a formar individuos flojos, en todo sentido, que no piensan. Que no se cuestionan. Individuos veleta que se acomodan a la dirección del viento. La tesis de Sartori en Homo Videns, corre en ese sentido. Vamos perdiendo la capacidad de abstracción. A veces pensar es arriesgar en todo sentido. Desde lo fundamental, cuestionando la escencia de las cosas, hasta lo intrascendente y absurdo. Quizá sea lo mismo. Se vale intentarlo, hacerlo. Aunque no parezca que se hace.

Pero Vane no se refiere a eso necesariamente. El problema, entiendo, viene cuando ese pensamiento que pretende ser arriesgado se vocaliza. No es bufonería, aunque acepto que se pierde el matiz de la bendita resistencia. ¿Y qué culpa tengo yo?

En fin, va un ejemplo.


El 8 de febrero, el papa Benedicto XVI, reiteró lo que afirmó un año atrás: "El infierno sí existe". La frase habría pasado desapercibida. Aunque Juan Pablo II había negado su existencia, lo cierto es que pocos nos habíamos enterado que el averno había sido clausurado de la moral católica. El caso es que me llamó la atención. Y más sabiendo que unos días antes, a finales de enero, se había anunciado la muerte de Marcial Marcel , acusado de abusar sexualmente de varios niños. Benedicto, pues, ratificó, con bombo y platillo, la reapertura del infierno. Al fin encontró a alguien que ocupara la vacante que años atrás dejó lucifer cuando decidió colgar el trinchete.

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