PRESENTACIÓN DEL LIBRO
TEJIDOS CULTURALES.
LAS MUJERES JUDÍAS EN MÉXICO
(GURVICH, HAMUI, HANONO, COORDINADORAS)
22 DE OCTUBRE DE 2017
JOSÉ HAMRA SASSÓN
Pienso en tejedoras. La primera, Penélope, quien desteje durante
la noche el sudario (para su suegro) que teje durante el día. De esa forma, activa, y a la vez inerte,
evita a los pretendientes que la acosan.
Inmóvil, Penélope hace como que hace.
Pero no hace. Simplemente se
mantiene ahí, a la espera de Odiseo, su marido, que tardará en regresar de la
Guerra de Troya. La figura de Penélope representa
a la mujer que se paraliza ante sus ilusiones, que no participa de la vida
pública y se encuentra, tras bambalinas, cubierta, a la expectativa de un
hombre al que se debe y espera.
Abro
un paréntesis coyuntural: mientras escribía y repasaba este primer párrafo, se
me atravesó en el proceso la columna de opinión que Soledad Loaeza publica cada
semana en La Jornada. La del jueves pasado (19 de octubre) se
titula “La voz pública de las mujeres” y en ella también recupera la figura
mítica de Penélope para señalar, haciendo referencia a Mary Beard, sobre “la
dificultad que todavía tiene el mundo y nuestro siglo para soportar que las
mujeres intervengamos en la vida pública.
Se nos acepta, pero se nos descalifica con argumentos morales o
estéticos, rara vez se nos escucha”.
Lo
traigo a colación ya que, cuando empecé la lectura de Tejidos culturales. Las mujeres judías en México, lo celebré por
confrontar ese obstáculo que aún rige en prácticamente todas las sociedades de
todos los países de todos los rincones del mundo. Es un libro que tiene como objetivo
cuestionar y romper paradigmas con los que se suele abordar el estudio del establecimiento,
la conformación y el desarrollo de la comunidad judía de México. Contribuye y amplía su entendimiento como
fenómeno sociopolítico. Como buen
abordaje crítico, incomoda a la historia y las versiones oficiales porque da
cuenta de las miradas, puntos de vista y experiencias de las mujeres judías
mexicanas. El objetivo del libro es
claro y asertivo: visibilizar y dar parte de las tensiones que implica el devenir sujeto de las mujeres judías
mexicanas en un entorno patriarcal y machista, como lo siguen siendo amplios
sectores de nuestro México y de la vida institucional judía. Los diez capítulos del libro cumplen, cada
uno con sus matices y diversidad de abordajes, con este cometido. De ahí su valor al hacerse públicos, ya que permiten
complejizar el análisis y estudio de la comunidad judía de México. Así como lo celebro, me resulta lamentable,
como escriben sus coordinadoras, que este libro sea el primero en la materia
con una perspectiva de género. Resulta
extraño y ojalá produzca molestia por “intervenir en la vida pública”. Esta simple razón es suficiente para leerlo.
Cierro
el paréntesis y pienso en otra tejedora.
La artista Louise Bourgeois que, entre otras cosas, representó a su madre,
una mujer trabajadora encargada del taller de restauración de tapices de su
familia, como a una protectora y afanosa araña.
Bourgeois trabajó con telas, hilos y tejidos como una forma de “seguir
sintiendo cerca a su madre”: “reunió todos los tejidos de su vida [...] Y
después dedicó su vida a recomponerlo todo de nuevo [...] Tejer era su manera
de sanar.”[1] Tejidos
culturales es una oportunidad de comenzar a sanar, a hacer evidente un
sistema cuyos fundamentos invisibilizan a las mujeres. A sanar haciendo. A diferencia de Penélope, Tejidos culturales, no espera la
validación del hombre como un otro. Como
texto, el tejido es culminado, publicado y abre pauta para más.
Mientras
leo, averiguo cómo se sostiene en sí mismo un tejido. En principio, requiere de una urdimbre, un
conjunto de hilos en paralelo que cruza a lo largo del telar y por donde pasa
la trama del tejido. La urdimbre, en
este caso, es la serie de tensiones que se desvelan a lo largo de los textos
del libro. Tensiones que dejan a su vez
una serie de hebras que permiten atar cabos en la recurrencia con la que se
reiteran y se complementan entre sí.
Estas
tensiones son producto de una serie de contradicciones y paradojas
interconectadas que se dan en lo que llamaría “una transición perenne de los ámbitos conservadores de la sociedad
mexicana y el judaísmo tradicional a los de una vida moderna que supondría un
orden de ejercicio de libertades”. Esta transición perenne que habitamos implica
algunas veces un rompimiento con el viejo orden, y en otras, pasos más sutiles
que dejan al descubierto ambigüedades y paradojas que se revelan en la
experiencia individual.
La
visibilización de las mujeres judías de México da origen a estas
tensiones. Menciono algunas de las que
logré identificar. En primer lugar,
obviamente tensiones en torno a la dinámica binaria de género hombre – mujer, donde una mitad de la
sociedad acapara privilegios e impone sobre la otra mitad reglas, códigos de
conducta, formas de ser, límites y aspiraciones. Presenta un dilema entre someterse a los
roles tradicionales o emanciparse y asumirse activamente como sujeto para
dedicarse a estudiar, trabajar, investigar, emprender, implementar políticas
públicas, elegir una maternidad y tomar decisiones sobre sus personas, cuerpos
y deseos.
Otra serie
de tensiones se da en el orden de la pertenencia o no a la vida comunitaria
institucionalizada y sus dinámicas sociales, que no implica de ninguna forma
renunciar a su identidad judía. Hasta
dónde es permisible realizar actividades “no apropiadas” de acuerdo al canon social
del deber ser, romper paradigmas, asumir roles no tradicionales, trabajar en
ámbitos públicos o privados de la sociedad mexicana, interactuar con hombres y
mujeres no judíos. Son tensiones que se
traducen en la forma de relacionarse como mexicanas y judías con la sociedad
“mayor”. Esta urdimbre cuestiona hasta
dónde abrir las puertas del gueto simbólico y cruzar sus murallas. En este contexto encontramos tensiones por el
grado de religiosidad que se manifiestan entre la práctica ortodoxa que
estructuralmente disminuye a la mujer y una vida cotidiana secular que le abre
la posibilidad de adquirir y ejercer
ciudadanía. Así mismo, los
encuentros con las otredades generan tensiones que pueden romper la trama del
tejido o reforzarlo. Crear diferentes
texturas entre rechazar a lo otro o
aceptar sus diferencias y abonar en la pluralidad.
Una
tercera línea de tensión se establece en la dimensión de las identidades
complejas. Por un lado, las que ofrecen
las identidades étnicas marcadas por los lugares de origen: particularmente las
de mujeres judías europeas frente a mujeres judías árabes. Las identidades
árabe, askenazí y sefaradí entran en juego y en disyuntiva, reproduciendo las
dinámicas de la invisibilización. Por
ejemplo, la lengua árabe reprimida “por ser la lengua del enemigo”, lo árabe reprimido por el prejuicio del
retraso. Así mismo, aparecen tensiones
entre la mexicaneidad y la judeidad como parte de las paradojas que
resultan del acto de definición identitaria. Elegir qué se es o serlo todo a la vez: mujer,
judía, mexicana, escritora, madre, hija.
La construcción de una subjetividad se experimenta en momentos como
contradicciones aparentes, que no son otra cosa que paradojas en el devenir
identitario de cualquier persona que se cuestiona qué soy y qué más podría ser.
De la misma forma se encuentran tensiones en el ámbito de la orientación
sexual, donde el esquema patriarcal se llega a replicar entre hombres y mujeres
gay.
De
esta forma, el libro coordinado por Natalia Gurvich Peretzman, Liz Hamui Sutton
y Linda Hanono Askenazi es producto de lo que divulga: visibilizar a la mujer
judía mexicana en el hacer, superando así el dilema de Penélope. En este sentido, la lectura que hago del
libro me permite identificar, en su diversidad de texturas, escrituras,
enfoques y miradas, una trama de desplazamiento que resulta de sus Tejidos culturales.
En un
primer segmento, los capítulos a cargo de Gurvich y Hamui abordan las
migraciones judías a México abriendo vetas ocultas por el registro de la
historia oficial. ¿Quiénes son y cómo
llegaron las mujeres judías a México? ¿Qué pensaban, qué hacían, que
querían? ¿A qué se resignaban? Se presenta así un análisis histórico y
social que rescata las voces de mujeres judías que llegaron a México. Con sus matices, ambos capítulos dan cuenta
de un sistema patriarcal judío que se ve fortalecido por el machismo mexicano. Las mujeres que logran transitar entre el
viejo y nuevo mundo logran la cohesión de sus familias en la adaptación a la nueva
realidad reproduciendo los espacios hogareños y culinarios de sus lugares de
origen.
Una
segunda traza se entreteje con dos textos que analizan la literatura judía
mexicana. El capítulo de Tamara Gleason
Freidberg, William Gertz Runyan y Arturo Kerbel-Shein es un análisis de obras escritas
en idish por hombres judíos askenazíes.
Lo que encontramos es una mirada moralizante y patronal de hombres judíos
escritores donde “la mujer judía es prácticamente invisible” (p. 113). En el
orden binario tradicional que expone esta literatura, la mujer es desvalorizada al ser objetivizada y calificada como superficial y pasiva, relegada a
labores del hogar. Por supuesto, en
estas elaboraciones masculinas aparece el personaje de la mujer transgresora que
se atreve a cuestionar y romper con el orden social patriarcal. En contrapunto, el capítulo a cargo de Herlinda
Dabbah Mustri es un amplio análisis a la literatura escrita por mujeres judías
mexicanas. “En el mundo de la mujer
encontramos visiones que son diferentes de aquellas soñadas y diseñadas por los
hombres” (p. 190). A través de la
escritura, quien se enuncia, quien dice yo,
desde una perspectiva lingüística, se autoafirma como sujeto, como
individuo. Desde la obra literaria de
las mujeres judías mexicanas se atisban varias de las tensiones antes referidas
y ponen en cuestión a las ataduras patriarcales. Es una literatura que habla del exilio, la
nostalgia, la re-construcción de la memoria y el pasado (de otros), que habla
de lengua, identidad, así como de la relación con el judaísmo religioso y el
machismo mexicano, de la inequidad de género en las prácticas y la vida
comunitaria.
Un
tercer segmento, que ofrece una serie de interesantes paradojas, lo conforman
los capítulos de Hanono y Ana Lau Jaiven y Roxana Rodríguez. El trazado expone actividades estratégicas y
de alto impacto social y económico de mujeres dentro y fuera del marco
comunitario. Por una parte, se da cuenta
de las experiencias, casos de éxito y obstáculos a los que se enfrentan las mujeres
que decidieron emprender en las áreas educativas, empresariales y
profesionales, aunque en muchas ocasiones acabaron reproduciendo el orden patriarcal
como forma de inclusión. Aun así, lograron
transformar las relaciones de poder en el hogar al generar sus propios ingresos. Paradójicamente, algunos de los casos
expuestos participan en el modelo económico que es uno de los factores que
contribuyen a la inequidad de género: se insertan en la lógica del consumo que
objetiviza a las mujeres y sus cuerpos. A
final de cuentas, intervienen en un sistema económico que tiende a
invisibilizar a mujeres (y hombres) y que no valora el trabajo no remunerado. Por otro lado, en el ámbito comunitario, la creación
de las “secciones femeninas” – en las instancias de liderazgo – apartan a las mujeres de las estructuras de
poder patriarcal. No se integran, sino
que son relegadas a los ámbitos tradicionales del “hogar comunitario” y el
servicio social. A pesar de ello, las
mujeres que activaron durante el siglo pasado actuaron contra la trata de
blancas en los años 20 y contribuyeron al apoyo de los aliados durante la
Segunda Guerra Mundial. Sin duda, un
trabajo efectivo que tuvo impacto social pero que no contó con reconocimiento
“político”.[2]
Finalmente,
Tejidos culturales remata con un
desenlace que permite aterrizar de forma vibrante e íntima, y a la vez pública,
los abordajes analíticos de la trama expuesta.
El libro reúne los testimonios de cuatro mujeres: Rinna Riesenfeld, Ruth
Gall (de la mano de su hija Olivia), Clara Jusidman y Esther Cimet. Estos textos comparten sus experiencias como
agentes de cambio social, con incidencias en sus áreas de trabajo, investigación,
activismo y reflexión. Dan cuenta de su
confrontación con el sistema patriarcal, pero también de su lugar como pioneras
en sus ramos profesionales y de activistas.
Esto implica apropiarse de su propia subjetividad desde su condición
como mexicanas, judías y, en primer orden, como mujeres ante un avasallador
orden masculino. Los cuatro testimonios
son el remate necesario ya que transgreden los paradigmas tradicionales en los
hechos, a través de la enunciación del ego,
del yo-sujeto, al hacer, crear y establecer.
En el fondo logran incidir en el sistema de privilegios. Es decir, la visibilización no es suficiente cuando
se ocupan espacios tradicionales en dinámicas patriarcales. La ruptura y el cambio de paradigma requiere
de una acción – de hombres y mujeres – que acepte la necesidad de abrir el
sistema para hacer más accesibles los privilegios a más sectores de la sociedad.
El libro que hoy celebramos es también una
manifestación de urgencia, en un país como el nuestro dónde los índices de
violencia contra la mujer son alarmantes: desde la agresión verbal y el acoso
callejero hasta las agresiones sexuales y los feminicidios. Por eso es urgente visibilizar el devenir
sujeto de la mujer en una sociedad tradicionalmente machista y dentro de una
tradición judía patriarcal: ambos alimentan el ejercicio de violencias de los
hombres contra las mujeres. Es un libro
que atiende la urgencia porque la visibilización que se asume desde el yo es necesaria para abrir las
estructuras de poder en todos sus sentidos.
Requiere venir acompañada de un replanteamiento en el ejercicio de los privilegios
y en un señalamiento y acción para poner un alto a quien ejerce las distintas
violencias contra las mujeres. Más aún, Tejidos culturales. Las mujeres judías en México invita a la reflexión
para abordar, en el ámbito de los hombres judíos de México, el estudio de una
nueva masculinidad emergente que también logre liberarse de las jerarquías
hetero-patriarcales. Éste sería tema,
algún día, para otro espacio y otro telar.
[1]
Ver “Nana de tela, de Amy Novesky” de https://www.librosyliteratura.es/nana-de-tela-de-amy-novesky.html
y “Tejer la memoria. Una aproximación a
Louise Bourgeois” de Zita Arenillas en http://www.ahorasemanal.es/tejer-la-memoria-una-aproximacion-a-louise-bourgeois.
[2] Me
llama la atención una nota a pie de página en el capítulo de Lau y Rodríguez:
“En la fotografía de la fundación del CCI [Comité Central Israelita] se
encuentran cuatro mujeres, sin embargo, no se asientan sus nombres. Muy probablemente se trata de las esposas de
los hombres [21, identificados todos] de la reunión” (nota 29, p. 251). Es una buena hebra para analizar las
fotografías de las instancias comunitarias actuales, donde la imagen de ese
patrón se mantiene prácticamente fija.
Salvo algunas excepciones, los gabinetes de los gobiernos en el mundo
reflejan la misma integración heteropatriarcal.
Al respecto, habría que rescatar a Mary Bread, quien señala que “si no
se percibe que las mujeres se encuentran dentro de las estructuras de poder,
¿no es el poder lo que necesitamos redefinir?”