miércoles, 28 de mayo de 2014

Identidad y fútbol: Algunas ideas para no quedar fuera de lugar en el México – Israel.




Identidad y fútbol:
Algunas ideas para no quedar
fuera de lugar en el México – Israel.
Por José Hamra Sassón

Este miércoles 28 de mayo se unen dos de mis pasiones: el fútbol y la complejidad identitaria del Medio Oriente…

I.
Lo que suceda en el estadio Azteca servirá de termómetro identitario, del (des)conocimiento del otro y de experimentar en el amplificador de la masa el ambiente de discriminación en México.  Aunque se trate solamente de fútbol.  Lo decía Valdano: “El fútbol es lo más importante entre las cosas menos importantes”.  Pero con el partido México - Israel, el fútbol adquiere otro matiz.

II.
Confusiones de las complejidades identitarias.  La selección mexicana se enfrenta a la israelí.  En principio, es muy probable que se confundan los conceptos israelí y judío.  El primero implica una ciudadanía, la segunda una adscripción religiosa, pero con carácter nacional, étnico, cultural y/o histórico.  Depende cómo se defina una persona que se identifique a sí misma como judía.  Es como en el viejo chiste: donde hay cuatro judíos discutiendo, hay cinco opiniones diferentes.  No, no existe la raza judía.  Tampoco la raza semita (concepto que define una familia de lenguas).
La cuestión identitaria la podemos llevar a extremos como este: toparse con un judío israelí, ateo y antisionista.  La identidad es un asunto sumamente flexible, no ajeno a todo tipo de fricciones.  Regresemos al fut: la selección mexicana de fútbol se enfrentará a la israelí.  No a la israelita (sinónimo de judío) ni a la hebrea ni a la judía.  No todos los israelíes son judíos ni todos los judíos son israelíes.  Hay seleccionados israelíes que son árabes o circasianos.  Al menos 25% de la población de Israel no es judía, es musulmana, cristiana o de alguna otra denominación religiosa.  De hecho, hay ciudadanos de Israel que se definen como palestinos musulmanes ciudadanos de Israel.  Insisto, la construcción identitaria puede ser sumamente flexible y con la posibilidad de complejizarse permanentente.  Complejizar la identidad implica un constante enriquecimiento.  Las fricciones no son necesariamente producto de la flexibilización, sino del miedo a el otro.  Al final de cuentas, todos resultamos ser el otro para el resto que nos rodea, es decir, para todos los demás.  Todos somos el otro.
Lo contrario a las identidades flexibles o complejas son las identidades asesinas.  A finales del siglo pasado, Amin Maalouf las definió como aquellas que reducen “la identidad a la pertenencia a una sola cosa, instala a los hombres en una actitud parcial, sectaria, intolerante, dominadora, a veces suicida, y los transforma a menudo en gentes que matan o en partidarios de los que lo hacen”.  Maalouf no se refería a ninguna adscripción identitaria en particular, sino a los intentos y políticas para rigidizar las concepciones identitarias, para crear de ellas monolitos.  Es decir, obligar a un individuo a elegir una de sus identidades y desechar las otras.  Sólo hay de dos sopas: estás conmigo o en mi contra.  Todos somos el otro, pero hay unos más el otro que otros.  

III.
Regreso al fut, de nuevo: Es probable que haya algún narrador, conductor, comentarista, analista o merolico deportivo que se referirá a los seleccionados israelíes como israelitas, que nos son sinónimos.  Israelí es el ciudadano de Israel, israelita un sinónimo de judío.  La selección de Israel cuenta con una mayoría de jugadores judíos, pero también tiene seleccionados que no son judíos, sino árabes no-judíos.  Sí, también hay árabes judíos.  No necesariamente se es uno u otro.  Se puede hablar árabe, comer árabe, cantar y bailar árabe y ser judío.  Un individuo con identidad compleja puede tener una identidad fronteriza.  También un concepto de Maalouf, quienes tienen identidades fronterizas “llevan en su interior pertenencias contradictorias, que viven en la frontera entre dos comunidades que se enfrentan, seres humanos por los que de algún modo pasan las líneas de fractura étnicas, religiosas o de otro tipo”.  Existen individuos capaces de ser dos o más “cosas”, estar en paz consigo mismo y convertirse en puentes de entendimiento.
Justamente, el fútbol permite vivir la condición fronteriza en latitudes insospechadas: esta vez es el partido México-Israel que puede convertir en fronterizos a algunos judíos mexicanos o mexicanos judíos (aunque no necesariamente la condición judía está ligada a la identificación con Israel).   ¿Cuántos individuos se sentirán fronterizos en un eventual México – Croacia?  Quién sabe, pero si existiera al menos uno, y que le guste el fútbol, me gustaría saber cómo lo vive.
    
IV.
El fútbol es un negocio exitoso gracias a las fibras identitarias que toca y las pasiones que, por ende, despierta.  En México, y quizá en otros países, se ha favorecido al resultado económico sobre el deportivo.  Los aficionados entramos en el juego de las empresas y participamos como el lubricante que les permite hacer dinero a costa de una liga aburrida, para no decir patética.  Los que somos parte de la fanaticada somos también responsables por la amargura con la que muchas veces el balón recorre la cancha.  Pasa a nivel de clubes y con los distintos representativos nacionales.  Juan Villoro lo define claramente: “La verdadera alineación del Tri está hecha de cervezas, refrescos y galletas. Mientras nadie toque a esos protagonistas, los que sudan en la cancha serán prescindibles.”
Me gusta el fútbol, pero lo que han hecho sus dueños con la selección a la que llamamos “nuestra” da vergüenza.  Parte central del negocio es inflarla mediáticamente, así se eleva el rating y se venden más chelas, chescos y lletas.  Pero inflarla implica levantar un sentido de soberbia que ayuda a cegar lo poco que queda de memoria futbolística y que las emociones esperanzadoras no lograron cegar.  El ciclo de preparación y clasificación a Brasil 2014 fue penoso: con un manoseo grosero de técnicos, sin “idea futbolística” clara, a unas semanas de jugar contra Camerún ya olvidamos que pasamos de milagro a través de un penoso repechaje contra Nueva Zelandia.  La soberbia de creernos los gigantes de la CONCACAF hace aún más corta la memoria.  La prensa construye castillos en el aire y nos pone más allá del quinto partido, jugando la final, ilusionándonos.  Con el nivel de fútbol que ha mostrado el equipo de “El Piojo”, dudo mucho que pasemos de la ronda de grupos.  Simplemente no me quiero ilusionar a priori para que la desilusión sea mínima.  Esa es una de las ventajas emocionales que se adquieren a punta de patadas por irle al Cruz Azul.

V.
Oficialmente México dejó de ser hace unas décadas un país mestizo, el de la raza de bronce, priísta y guadalupano.  La irrupción del movimiento zapatista en 1994 nos expuso a una pluralidad que intentó ser ocultada por el discurso de diferentes regímenes, pasando por el de Juárez y, por supuesto, el posrevolucionario.  La pluralidad de los mexicanos no sólo se encuentra en la dimensión étnica, religiosa o política.  Tenemos la fortuna de disfrutar una de las tres experiencias culinarias más diversas del orbe: los tacos no son lo único.  
¿Qué tiene que ver esto con el fútbol?  Que si bien existe un discurso que alaba la pluralidad, siguen existiendo minorías que llegan a ser señaladas despectivamente.  Afloran los matices asesinos de la identidad.  En los estadios de fútbol la masa anónima, el calor del juego, el desmadre y la estupidez humana se conjuntan para agredir a el otro, presente o no.  Aquí y en muchos países. Ejemplos en México: el estadio le grita “¡puto!” al portero del equipo visitante cada vez que despeja el balón.  Un grito que denota el discurso homofóbico que campea en la sociedad mexicana.  (Como dato curioso, Tel Aviv es considerada una de las ciudades más gay-friendly del mundo).  También se han registrado en los estadios mexicanos burlas a los jugadores “de color” o gritos de “pinche negro” (he sido triste testigo). 
Para el juego de México – Israel espero que no se den gritos discriminatorios contra los seleccionados del equipo israelí.  Ni que como pretexto del partido surjan otra vez hashtags antisemitas en Twitter.  Lo vimos hace unos días en la final de la Eurocopa de Básquetbol.  Macabi Tel Aviv ganó al Real Madrid jugando en España.  Aficionados del club derrotado escribieron 18,000 tuits ofensivos bajo el hashtag #putosjudios.  En su desconocimiento, ni enterados que de los 14 jugadores del Macabi Tel Aviv, siete son israelíes, cuatro estadounidenses, uno australiano, otro croata y uno más griego.  Del equipo inicial, sólo participan dos israelíes.  Pero el hashtag, como todos los que hay con sentido discrminatorio, simplifica, reduce y señala.  Una oportunidad para develar que los odios y el sentido asesino de las identidades siguen vigentes a pesar de los pesares y de los cada vez más huecos “nunca jamás”. 
Un estadio de fútbol no es muy diferente.  El anonimato lo otorga la masa.  Lo hemos visto en los estadios de todo el mundo.  Desde el “muerte a los árabes” de los fanáticos del Beitar Yerushalaim, hasta los saludos de figuración antisemita como la quenelle, de Nicolas Anelka.  El fútbol europeo es sumamente sensible a expresiones discriminatorias que recuperan saludos o gritos nazis.  Un caso reciente es el del croata Josips Simunic que no jugará el mundial de Brasil por arengar al estadio con un grito nazi.  Otro, el de la joven promesa griega Giorgios Katidis que fue suspendido de por vida del fútbol por celebrar un gol con el saludo nazi.  Suenan bien las suspensiones, pero ante el avance de las ultra-derechas en las últimas elecciones europeas, hay mucho por hacer para que esa sensibilidad recupere la memoria.

Epílogo identitario 1:
En este juego entre fútbol e identidades, los que asistiremos al Azteca seremos testigos del homenaje de despedida a Cuauhtémoc, al que también se le queman los pies, pero por patear el balón enfundando por última vez la casaca mexicana.  Blanco o no, inshallah y a Tláloc no se le ocurra azotarnos con una tormenta.  Amén.

Epílogo identitario 2:
También imploro porque el árbitro no sea argentino.  Ya sería demasiado mucho exponer la complejidad identitaria para un juego de fútbol.

Deseo futbolero 1:
Que gane la selección de México, por la que siempre he celebrado sus triunfos, lamentado sus derrotas y mentado los puercos manejos de sus dueños y dirigentes.

Deseo futbolero 2:
Que no me llueva agua de riñón.

Confesión tuitera:

Estoy en @jhamra y éste es mi perfil: “Exiliante. Si la ID fuera un Mundial, mi grupo de la vida: México/Israel/Argentina/Siria. Cruzazulino y taquero.”