martes, 5 de mayo de 2009

5 DE MAYO, VIRUS Y ASCO...

Al parecer, amaina la tormenta epidemiológica. La incapacidad del Estado para ofrecer servicios de salud adecuados orilló a las diversas instancias de gobierno a decidirse por medidas extremas para evitar un contagio sin control. Aún es temprano para declarar el triunfo en la guerra contra el virus de la influenza porcina. Esta es la primera batalla. Tal como nos lo ha recordado la secretaria general de la OMS, Margareth Chan, el rebote puede ser mucho más agresivo. Algo así como el regreso de las tropas francesas tras la batalla del 5 de mayo que celebramos con pompa oficial anualmente. Sí, ganamos la primera batalla, bravo… ¿y luego? Tiempo después nos fue como en feria.

De forma similar, la amenaza del rebote está cerca: la próxima temporada invernal. Unos seis meses. Justo el tiempo máximo estimado para desarrollar la nueva vacuna para hacer frente al H1N1. Very close, indeed. Así que supongo que mientras no nos vacunemos, seguiremos siendo materia dispuesta para el “virusito” que nos puso de cabeza. Con la emergencia, cambiamos nuestros hábitos. Unos más que otros, pero eso sí, los besos, los abrazos y los apretones de mano se redujeron a lo mínimo esencial.

No falta poco para que Calderón, Ebrard y cuanto político se nos ocurra se quieran colgar su “Mission Accomplished”. Pero más allá de la politiquería perenne ¿Qué será de nosotros? ¿Regresaremos a los besos y abrazos? ¿Iremos al médico cuando aparezcan los primeros síntomas de nuestro próximo catarro? ¿Trataremos ahora a los griposos como fumadores en un espacio público cerrado? ¿Nos darán chance de faltar a clases o al trabajo (sin penalización, por supuesto) porque amanecimos moqueando y estornudando? ¿Existen esas posibilidades en un país tan ávido del san lunes y tan carente de servicios de salud óptimos para justificar esas faltas?

¿Cómo seremos cuando realmente acabe la tormenta? Sólo lo sabremos cuando la paloma ya no regrese al arca. En lo que esto sucede, va esta cita que nos puede ayudar a dilucidar cómo será mañana al amanecer ahora que el destino nos alcanzó…

“El asco es un sentimiento acerca de algo y que se produce como respuesta a algo, por lo que no se trata simplemente de un sentimiento puro e independiente, como sería el caso de la gripe gastrointestinal. El asco consiste en parte, en darse cuenta de que se siente, en ser consciente de él. Me resulta difícil entender de qué serviría sentir asco sin darse cuenta. El asco implica necesariamente determinados pensamientos, muy molestos y difíciles de desentrañar, sobre la repugnancia y el objeto que la provoca. El asco tiene que presentarse unido a ideas de una clase especial de peligro: el peligro inherente a la contaminación y el contagio, el peligro a ser mancillado; y estas ideas a su vez, van unidas a contextos culturales y sociales bastante previsibles. Aunque la fuente del asco esté en nuestro propio cuerpo, la forma en que interpretamos nuestras secreciones y excreciones corporales está perfectamente engrasada en complejos sistemas culturales y sociales de significado. Las heces, el ano, los mocos, la saliva, el vello, el sudor, el pus y los olores que emanan de nuestro cuerpo y del de los demás llevan incorporadas las historias sociales y culturales.”

“Algunas emociones, entre las que destacan el asco y su primo hermano, el desprecio, tienen un fuerte significado político. Sirven para jerarquizar nuestro orden político: en algunos contextos se encargan de mantener la jerarquía, en otros, constituyen pretensiones aparentemente legítimas de superioridad y, en otros, se sucintan para indicar que ocupamos un lugar adecuado en el orden social. El asco valora (negativamente) lo que toca, revela la mezquindad e inferioridad de aquello que lo provoca, y, al hacerlo, proclama con aprensión al derecho a librarse del peligro que conlleva la proximidad de lo que es inferior. De modo que se trata de una declaración de superioridad que reconoce, al mismo tiempo, su vulnerabilidad ante la capacidad de mancillar que tiene lo inferior. Rozin cita a un mecánico que capta el meollo de la cuestión: Una cucharadita de aguas residuales estropea un tonel de vino, pero una cucharadita de vino no hace nada en un tonel de aguas residuales.”

Anatomía del Asco, de William Ian Miller, pp. 30-31.