viernes, 16 de enero de 2009

Otra fábula de impunidad defequeña…

Sábado 2 de enero del 2009, 14:00 horas: Salgo del super. Manejo por Mariano Escobedo con dirección al sur cuando, al dar la vuelta en Gutenberg para entrar a la Anzures, un patrullero me hace la señal para que me “orille a la orilla”. Hago lo indicado. Paro el automóvil dejando la marcha puesta y, a la usanza gringa, espero a que el oficial se acerque. Lo observo desde el retrovisor. El guardián del orden se acomoda propiamente la gorra antes de bajar de su unidad. Finalmente sale de la patrulla a su cargo y con aires de autoridad-ya-me-fregue-a este-cabrón, se acerca a la ventanilla y se presenta:

Buenas tardes joven, soy el oficial Matute (olvidé el nombre, pero valga de homenaje a Don Gato y su Pandilla).

Buenas tardes (le devuelvo la cortesía, listo para evitar la mordida), ¿qué sucede oficial?

Pues con la novedad de que no verificó su vehículo.

¡No puede ser! (me insisto a mí mismo, ¡no puede ser!)

Fíjese en su holograma, debió verificarlo en noviembre y diciembre, y pues ya es enero.

Ipso facto abro la guantera del auto -jamás he puesto unos guantes en ese lugar, pero en fin, resabios del romanticismo motriz- y busco al R2D2 que me ofrece esa imagen cortada de la Princesa Lea que me restriega en la cara: shmock, se te pasó ir al verificentro. “Qué idiota” pienso en mis adentros más profundos, “justo a mediados de diciembre pasé frente a él. Lo vi vacío y hasta me di el lujo de pensar: “lástima que no me toca, este sería un momento ideal para hacerlo”. Pero qué idiota”, repienso…

Pues sí, se me olvidó.

Me permite su licencia y su tarjeta de circulación.

Las busco todo encanijado y le entrego los documentos.

Con este babotas me voy a persignar para juntar pa’l chupe de Reyes, pa’l sprint final, pensaba el poli mientras afilaba sus colmillos y sacaba de su chistera una copia del Reglamento de Tránsito Metropolitano: Mire joven, aquí la ley marca que por no verificar su auto corresponde llevarse el auto al depósito y pagar una multa de 20 salarios mínimos.

Ni hablar, levánteme la infracción, ¿y cómo se lleva el auto al corralón?

Pues me sigue en su auto o le llamo a la grúa.

Faltaba más, llámele a la grúa y levánteme la infracción.

El oficial revisa mis papeles y espeta: uy joven, la tarjeta de circulación viene a nombre de una señorita. Para sacar su auto tiene que ir ella.

En efecto, es mi hermana. No se preocupe, tengo los papeles. Por favor levánteme la infracción… Me acuerdo que tengo las bolsas del super en la cajuela. Oficial, en lo que viene la grúa, necesito dejar unas cosas aquí a una cuadra, por qué no procede con todo el asunto ahí. Al fin y al cabo ya tiene mis documentos, no me voy a pelar.

No joven, eso no se puede.

Pues no hay bronca, llámele a la grúa.

Me sulfuro aún más y bajo del auto. Abro la cajuela y saco las bolsas.

Oiga joven, pues no se enoje.

No estoy enojado con usted, sino conmigo mismo. Se me olvidó verificar el auto y ahora tengo que pasar por toda esta monserga. Usted cumpla con su obligaciones como funcionario público y yo haré lo propio con las mías como ciudadano.

Bueno, dice el oficial, ya enterado de que no pensaba ofrecerle un solo quinto, pero sabe usted que pagar la multa ecológica es complicado porque tiene que bajar del internet una…

No se preocupe, ya me las arreglaré, usted levánteme la infracción. ¿Ya le llamó a la grúa? Porque ya no tengo nada que hacer aquí. Que pase la grúa y ya después yo me voy al corralón por mi cuenta…

Ya la solicité y se regresa a su unidad mientras, rodeado de mis bolsas del super, esperaba impaciente a que me diera la infracción. Tras un par de minutos sale de la unidad, camina hacia mí en su lance final… Joven, se me olvidó decirle que además tiene que pagar una multa de otros 20 salarios mínimos por circular sin verificación…

Ya estaba montado en mi mula. Y como me caga darle mordidas a la policía, dignamente le exigí que me multara. Feliz año mi poli, levánteme mi infracción y llámele a la grúa. Cumpla con su deber. Ya no’más falta que me levante cargos por no haber lavado el coche.

El oficial regresó a su patrulla. Caviló (¿?) por unos momentos y salió de nueva cuenta.

Sabe qué joven, ya lo voy a dejar ir. Sólo tiene que pagar su multa ecológica y ya.

Poco me faltó para decirle que ni madres, que ahora me llevaba al corralón. Pero no soy un ciudadano tan ejemplar, tampoco tan idiota. Pues muchas gracias, le dije, todo yo encabronadamente impune…

Y así, impunemente, pensé en primera instancia que me había salido con la mía. Pero no, me invadió esa sensación de frustración cuando uno se da cuenta que la ley en esta Ciudad, en este nuestro México, la aplican sujetos de poca calaña. ¿O será que no sabía escribir y por eso no me levantó la mentada infracción?

No es la primera vez que me para un policía, con o sin razón. Tampoco la primera vez que le digo, implícita o explícitamente, que no le voy a dar mordida (“no le estoy pidiendo nada”, me dijo alguna vez uno en Guadalajara. “No estoy diciendo que me está pidiendo algo, sólo le estoy avisando lo que no pienso hacer yo”, le contesté). Y por supuesto que tampoco es la primera vez que prefieren dejarme ir sin morder que multarme. Este caso en particular fue grotesco. No fue un error de apreciación. No había forma de argumentar a mi favor. No había verificado. Me declaré culpable de inmediato y me puse en manos de la ley. Y ni así cumplió con su deber.

El resto de ese sábado y el domingo no utilicé el auto. El lunes 5 pagué la multa a primera hora. Tenían que pasar 48 horas para poder llevar el auto a verificar. Por lo tanto, no debía usarlo, salvo para llevarlo al verificentro. Como no pensaba quedarme sin automóvil, me la rifé, sabiendo que manejaba impunemente. Y lo pensé: si me paran, voy para el verificentro. Durante dos días manejé al trabajo ida y vuelta ocultándome de los policías, las patrullas y todo automóvil que luciera una torreta. No quise poner a prueba mi táctica retórica, pero retaba a la autoridad, impunemente, sin necesidad de escribir pancartas o degollar personas. El miércoles pude verificar, y mi alma ciudadana descansó en paz.



Moraleja vox populi: Muchos policías son delincuentes. Lo bueno es que los uniforman para que los podamos identificar.

Addendum cuestionata a moraleja vox populi: ¿A quién se le ocurrió vestir a los policías de tránsito con esos accesorios color retro-verde ochentero chingarretina? ¿Y ese motivo de taxi neoyorquino en las patrullas y la gorra? ¿Y ese remedo de espada láser? Quizá es para facilitar su identificación y que las mentadas vayan bien dirigidas.

Moraleja impune: Cuando te pare un tira, tenga o no razón para hacerlo, pídele la infracción, no insinúes ninguna mordida. Lo más seguro es que no sepa escribir o le dé hueva escribir la boleta, por lo que te dejará ir en cuestión de minutos.

Moraleja preocupante: ¿Qué pasa con los que están a favor de la pena de muerte? El problema en este país no es la falta de leyes severas, sino la corrupción y la impunidad (y la ineptitud de las fuerzas del orden, entre otras tantas). Pero no las leyes. Sólo en México puede haber un Partido Verde que esté a favor de la pena de muerte. Y sólo en México un gobernador del PRI, partido que se dice socialdemócrata, promueve la pena capital. Increíblemente, ambos partidos votaron hace un par de años para proscribir esa posibilidad de la Carta Magna. Si algo me da náuseas es que la política se sirva del miedo de sus ciudadanos. Suponiendo que la pena de muerte resolviera los problemas de inseguridad que padecemos… ¿Los que están a favor de ella confían en las autoridades que deberían aplicarla?

Moraleja Al-Goriana: Los tiras de a pie, adscritos al honorable cuerpo de policías de tránsito, participan en un interesantísimo proyecto ecológico que se encuentra en su fase beta (de prueba, pues). El experimento consiste en producir electricidad haciendo viento con el fin de iluminar los accesorios de sus uniformes. Ya se me hacía absurdo ver tanto policía meneando la manita para agilizar el tránsito vehicular. Energía eólica y orgánica a su máxima expresión. Lo lamentable será cuando los puestos del comercio informal se cuelguen con un diablito del poli de la esquina.